En la pasada XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, realizada en Brasil, el papa Francisco invitó no solamente a los jóvenes de todo el mundo sino a todos nosotros, los cristianos bautizados y comprometidos con la construcción de una Iglesia y de una sociedad nuevas, a hacer oír ante el mundo nuestros reclamos para exigir justicia social en medio de una civilización que cada vez más necesita implementar justicia y fraternidad.
El Papa ha señalado que “no debemos olvidar que la Jornada Mundial de la Juventud nos son fuegos artificiales, momentos de entusiasmo que finalizan en sí mismo sino etapas de un largo camino”.
Sin duda alguna, el Papa de manera particular invita a todos los jóvenes a que sean protagonistas del cambio que la Iglesia y la sociedad de hoy necesitan. No podemos ser espectadores apáticos en medio de una humanidad deshumanizada. Si realmente exigimos cambio de mentalidad, con mayor razón debemos ser “revolucionarios e ir contracorriente” como el mismo Papa señaló.
Desde los hogares, las parroquias, y los colegios, hasta las más altas esferas de los gobiernos el Vicario de Cristo nos invitó a todos, sin excepción, a salir a la sociedad misma para construir una civilización basada en la fraternidad y la solidaridad como bases que deben consolidar firmemente la justicia social que, según el Catecismo de la Iglesia Católica, “solo puede ser conseguida sobre la base del respeto de la dignidad trascendente del hombre” (n. 1929). La Iglesia ha reiterado siempre que “la sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que le es debido según su naturaleza y vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad” (n. 1928). Como bien lo enfatiza el Catecismo de la Iglesia Católica “el respeto de la persona humana considera al prójimo como “otro yo”. Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan de la dignidad intrínseca de la persona (n. 1944).
El papa Francisco, como siervo de los siervos de Dios y guía espiritual de la Iglesia, llamó la atención a los obispos y sacerdotes como líderes que son para que sean mucho más cercanos a las necesidades del pueblo de Dios, especialmente de los jóvenes, y asuman las inquietudes que el mundo de hoy necesita, escuchando a sus fieles desde un espíritu de misericordia “perdiendo el tiempo con ellos” y haciendo de la Iglesia “no una Iglesia fría, lejana y prisionera de su propio lenguaje” sino una Iglesia que dialogue con sus fieles y que les ayude a “redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios”.
La realidad social que vive nuestro continente latinoamericano es una preocupación constante para las nuevas generaciones, y el Papa ha demostrado tener especial sensibilidad frente a los jóvenes como gestores de una sociedad nueva ya que es consciente de que ellos manifiestan permanentemente una preocupación ante la injusticia, y tanto las nuevas generaciones como todos los que formamos parte de un contexto social en el que vivimos, nos movemos y existimos, nos decepcionamos por las instituciones ya que muchas veces estas persiguen sus propios intereses. La preocupación del papa Francisco es que de manera especial los líderes y formadores, incluidos los padres de familia, sean responsables de ayudar a las nuevas generaciones formándalos desde principios éticos sólidos, manteniendo siempre la esperanza y la ilusión, mas no el desánimo y la indiferencia que es lo que no deja avanzar al mundo. Si no existe una cultura del diálogo y del encuentro difícilmente se podrá avanzar por el camino del entendimiento. Todos somos valiosos ante los ojos de Dios y nuestro aporte siempre será vital para cimentar una Iglesia y una sociedad más justa y fraterna.
El papa Francisco nos ha llamado a todos, sin distinción alguna, ha ser capaces de construir precisamente una civilización en justicia y fraternidad, ya que todos debemos ser protagonistas del cambio que nosotros mismos queremos y pedimos a gritos. Más que dejar que otros hagan las cosas, nuestro deber es ser constructores de un futuro mejor. El mensaje del Santo Padre nos debe motivar a jamás desanimarnos, y “a no perder la confianza ni dejar que nuestra esperanza se apague”.
No es simplemente habituarnos al mal y dejar que las cosas simplemente pasen, sino ante todo, vencer el mal con el bien que solamente puede provenir de la fe en Jesucristo, nuestro Salvador.
El Papa nos invita a mantener tres actitudes que son vitales para construir un mundo más justo, solidario y fraterno: mantener la esperanza en Dios en medio de los afanes, dejarnos sorprender por Dios confiando siempre en Él y vivir con alegría no dándole cabida a la tristeza ni al pesimismo.
Nuestra tarea es asumir con amor y responsabilidad nuestro ser de bautizados siendo “piedras vivas” que edifiquemos sólidamente la Iglesia y la sociedad para que nada ni nadie pueda destruirlas ni acabarlas. Nosotros somos “los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor”.
El camino para construir una Iglesia y una sociedad desde la justicia social requiere que “nadie pueda permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo”, como lo ha señalado puntualmente el Papa, ya que “no es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano”.
El compromiso que de aquí en adelante tenemos todos es el de “afrontar los problemas que están en la base de su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza en el futuro”.
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