Si usted ya asumió o asumirá la hermosa responsabilidad de engendrar un hijo, debe leer: “Ahí se los dejo… ¡Ya vuelvo!”.
Cada día es más reiterativo leer, ver o escuchar en los titulares de prensa, de radio o de televisión, los despropósitos que comete una juventud desbordada que se comporta como una horda de insectos o de pájaros que van asolando todo a su paso. Se destruyen emocionalmente unos a otros en sus salones de clase con el famoso e implacable matoneo. Las deserciones escolares son cada día mayores.
Engendran hijos sin ningún soporte formativo, emocional, intelectual o económico que les permita asumir la responsabilidad de ser padres. Las niñas llevan en crecimiento las estadísticas de abortos provocados. Una decepción amorosa, una escasez de dinero, o un poco de presión, se solucionan suicidándose. Otros rompen los vidrios de los barrios aledaños a los sitios de un concierto, se incendian carros, o porque el concierto estuvo muy bueno, o porque no estuvo a la altura de las expectativas. Sin importar si su equipo ganó o perdió, el objetivo de una lucha deportiva no es el triunfo digno o la derrota caballerosa, sino el color de una camiseta, con un agravante: ¡por ella se mata! O si por ahí un pichón de delincuente es capturado por un homicidio en una riña callejera o en una discoteca estrato seis, o porque estuvo involucrado en un sicariato, o en un asalto callejero o en el atraco de un supermercado, con tristeza se ve el rostro de un adolescente al que desprevenidamente no se le entiende el porqué lleva tanto odio y desadaptación en su joven corazón. Cada vez que esto sucede quedan flotando en el aire una sentencia implacable y muchas preguntas.
La sentencia de por si es inmisericorde y las preguntas son de difícil respuesta. No es justo que la crítica a esa juventud se quede solo en: “No tienen remedio. Tienen la cabeza vacía. Viven una cultura de la muerte”. ¿Para dónde va esta juventud, qué futuro les espera? Y esa crítica será siempre inmisericorde, si previamente no nos preguntamos: “Y, ¿quién preparó y educó a esos jóvenes para enfrentar la vida?”. Y sale inmediatamente a flote la pregunta: “Y, ¿dónde están sus padres?”. Y cuando los mismos medios de comunicación presentan a los desdichados padres de esos jóvenes delincuentes se aprecia el rostro adolorido de un oficinista, de unos obreros buenos, trabajadores, de unos ejecutivos dignos o de unas laboriosas amas de casa. Y al primer intento de respuesta lo primero que evidenciamos es que esa descomposición no tiene estrato social. Y, quizás, hablando con un poco de ironía, podríamos preguntarnos: “Será que siendo mujeres y hombres buenos, sin proponérselo, ¿están fabricando en su hogar algo así como unos buenos delincuentes caseros?”. Y con tristeza la respuesta es: ¡sí! Y la justificación a esa respuesta es: Los niños y jóvenes se convirtieron en unos pequeños, pero dolorosos dictadores en los hogares. En consenso cada día hay más hogares donde la gobernabilidad en el mismo la tienen los hijos, no los padres.
Existe un descuido absoluto del vocabulario que están utilizando los niños y jóvenes. Pasan horas a solas frente al computador explorando todo lo que no les sirve, ven sin ningún tipo de acompañamiento toda la televisión que se les antoja, como si la televisión fuera buena educadora. De otro lado, aunque de una u otra forma la mayoría de nosotros creemos que existe un Dios que nos creó y que conduce nuestras vidas, ese sentir espiritual no se los estamos comunicando a los jóvenes, una de dos, o porque al interior de nuestros hogares no somos fieles testimonios de la fe que profesamos, o porque creemos que si los conducimos espiritualmente, estaremos, como dice la Constitución, afectándoles el libre desarrollo de su personalidad, como si las pandillas, las tribus urbanas o las sectas satánicas también fueran respetuosas de no inmiscuirse en su educación espiritual hasta tanto no sean mayores de edad.
Si hoy a un joven se le reprende, podría alegar que se le está persiguiendo. Cuando los hijos se meten en líos con los demás, jamás se verifican las causas, así sea con la policía, los amigos, los vecinos, los profesores, pues existen muchos padres que con una sobreprotección irresponsable aseguran que todos ellos están en contra de sus hijos. Y muchos de esos padres cuando desesperadamente acuden a una estación de policía, a un juzgado, a una cárcel, a un centro de rehabilitación de drogadicción, generalmente se dicen: “Me sacrifiqué. Hice todo lo que estuvo a mi alcance por este hijo. No sé por qué ahora me sale con estas. ¿Por qué me paga así?”. Eso es verdad, pero la respuesta simple es: faltó un sano y amoroso liderazgo en la educación de esos jóvenes y, sin pensarlo, sin proponérselo, educaron a unos buenos delincuentes caseros.
Una respuesta sopesada, con ejemplos vivenciales de toda esta problemática de la educación de los niños y jóvenes está expuesta en forma de una agradable novela en: “Ahí se los dejo… ¡Ya vuelvo!”, del escritor Artemo Herrera Bermúdez. Esta novela, por cierto, utilizando de manera interesante todos los elementos del género narrativo, en un lenguaje sencillo y práctico, construye toda su trama, desde un salmo bastante recordado: el Salmo 23, más conocido como el salmo del buen pastor. “El Señor es mi pastor, nada me falta…”. La novedad radica en que partiendo de un texto bíblico, el escritor pone en contexto y desnuda muy buena parte de los conflictos vividos al interior de la familia. La novela, “Ahí se los dejo… ¡Ya vuelvo!”, es un instrumento valioso de crecimiento espiritual y motivación para padres de familia, talleres de padres, cursos prematrimoniales y desde luego para ser leído por adolescentes y jóvenes adultos. Su lectura juiciosa nos lleva a concluir que aún estamos a tiempo para reestructurar la protección, la educación, el acompañamiento y el amor que les debemos dar a nuestros hijos para así asegurarles un futuro más promisorio.
Editorial Paulinas, fiel a su lema: “Paulinas, una editorial al servicio de la vida”, pone a disposición de todos sus lectores: “Ahí se los dejo… ¡Ya vuelvo!”.Adquiera esta novela en todas nuestras librerías Paulinas del país.
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