Era el verano europeo de 1968 cuando, por primera vez, un Papa visitaba a un país situado más allá del Mediterráneo y del Atlántico: Colombia.
Venía al XXXIX Congreso Eucarístico Internacional, realizado en Bogotá y a la inauguración de la II Conferencia Episcopal de América Latina, llevada a cabo en “Medellín”, nombre que se le dio al famoso documento emanado de allí. Fueron días de intenso trabajo pastoral en los que dejó huellas que aún perduran.
La visita papal de 72 horas fue una suerte de champú en el alma. En su papel de Siervo de los siervos, Paulo VI se robó el corazón de los colombianos. Se reunió con los campesinos, con los más humildes y hasta se sentó durante dos minutos en la banca que perteneció a un bus de la Flota Guayuriba, banca que en ese instante hacía las veces de sofá en la casa de una familia trabajadora en el barrio Venecia.
Así resumía el periódico El Tiempo su peregrinación apostólica por este país.
Continuador del Concilio iniciado por san Juan XXIII, lo culminó como un don para la Iglesia contemporánea, regalo que todavía continúa como una misión por cumplir.
Su pensamiento lo dejó plasmado en numerosos escritos. Aquí presentamos lo más representativo de su inquietud pastoral y de su obra que sigue influyendo en el pensamiento de la Iglesia de hoy. Bastaría nombrar, entre ellos, la “Evangelii Nuntiandi”, venero de riqueza a donde llegan a beber los afamados pensadores, pastoralistas y escritores de hoy.
Pudimos vivir algunas de las grandes transformaciones que vinieron después del Vaticano II, como respuesta a los desafíos de los signos de los tiempos, tras el pontificado de Juan Pablo I, San Juan Pablo II, y Benedicto XVI. De igual manera, seguimos compartiendo el esfuerzo pastoral con el actual Papa Francisco, pues dicho Concilio representa un cambio histórico que aún no ha llegado a su plenitud.
El mundo católico está de plácemes porque este Siervo de Dios sea elevado a los Altares como Beato, para ejemplo, guía e intercesor del Pueblo que peregrina hacia la Mansión de los Santos y Elegidos.
Los latinoamericanos tenemos nuestro especial agradecimiento por el aliento que nos brindó para animarnos a seguir construyendo el Reino.
De hecho, en su Testamento Espiritual, Paulo VI nos tuvo muy presentes, al decir: “Reciban mi saludo y bendición todas las personas que he encontrado en mi peregrinación terrena; los que fueron colaboradores míos, consejeros y amigos y ¡tantos lo han sido y tan buenos y generosos y queridos! Benditos sean los que recibieron mi ministerio y fueron hijos y hermanos míos en Nuestro Señor”.
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